En esta entrada esbozo un análisis crítico del "saber democrático" de nuestro presente en marcha, que comprende los años transcurridos desde 1978 hasta el día de hoy, finales del año 2020.
Antes de nada he de explicar que escribo estas líneas un poco a vuela pluma, casi como de costumbre, hostigado por los intentos de totalización que constantemente, y qué bien que así sea (cuando se hace bien), se realizan por parte de la "sabiduría mundana", la cual, como ya dijera Kant ("saber cósmico"), es la verdadera "razón legisladora". El pulso acelerado y la necesidad de afinar al máximo el análisis me obligan a decir solamente cuatro cosas respecto de lo que quisiera explicar; sin embargo, esta entrada sirve "a la manera de prólogo" para una futura publicación que espero poder ejecutar en los próximos años.
Desde hace algunos meses he adoptado el hábito de entrar a Twitter sólo por las noches. A veces, ni siquiera leo el TL, sino que paso directamente a la pestaña explorar. Desde ahí construyo una imagen aparente, pero por ello no exenta de verdad, de cómo ha ido el mundo durante el día. Ayer me sorprendió leer que el hashtag "SomosMillonesDeRojos" era tendencia en España.
¡Qué maravilla!, pensé. ¡Por fin la izquierda había cerrado filas sobre sí misma!, ¡por fin una izquierda políticamente definida! Mis esperanzas duraron el tiempo que tardé en leer los diez primeros tweets. Acto seguido cerré Twitter y me fui a dormir; esta mañana vi que "SomosMillonesDeRojos" seguía en la lista de tendencias nacionales, aunque ya en retroceso.
El caso es que este fenómeno me dio que pensar. Paso por alto la contradicción, digamos, tecno-social (la pretensión expresa en rrss frente a la realidad socio-política), de que un hashtag que anhela convocar en su recurrencia a millones de sujetos operatorios (no tengo datos sólidos que confirmen la intervención de los famosos "bots" en el "éxito" del hashtag) realmente no haya conseguido una réplica superior a los diez mil tweets hace exactamente dieciséis horas. En este punto sólo me interesa centrar la atención en un hecho cuyo análisis, a mi juicio, nos sirve de plataforma para el análisis y la trituración de las "sabidurías democráticas" del contexto político español.
"Somos millones de rojos". El sujeto del "somos", los "millones de rojos", se unen en las rrss para manifestar su desaprobación ante los escándalos de corrupción que rodean a la Casa Real, y que los principales partidos políticos parecen obviar, cuando no tapar deliberadamente. Bueno, en realidad digo esto como conclusión hipotética de la lectura de un puñado de tweets, porque no queda muy claro ni quiénes son esos "millones de rojos" (suponemos que como "subclase" dentro de la "clase" de los ciudadanos españoles), ni qué es lo que desean comunicar. Este es el truco de este tipo de hashtag: la construcción sintáctica de la proposición, compuesta solamente de un verbo y de un sujeto, de tal modo que la réplica del mismo supone solamente un acto nominativo, decir "yo soy...", permite que quien se sienta parte de ese sujeto pueda hacer uso del hashtag para defender lo que le venga en gana. Este es el punto al que quería llegar.
¿Cómo y por qué se "es rojo"?, ¿contra quién? En los intentos de respuesta a estas dos preguntas se evidencian dos Ideas fundamentales que son ejercitadas día tras día en la "sabiduría democrática" o la "sabiduría espontánea", sin el menor interés por aclarar su dominio (lo cual genera oscuridad) ni su extensión (lo cual genera confusión). Tenemos de un lado la sempiterna "izquierda española", que se presenta como una totalidad atributiva (integral, para más inri), cuando realmente es una totalidad distributiva de grupos de sujetos y grupos de instituciones que conviven biocénicamente, es decir, polémicamente: la izquierda liberal, la izquierda socialdemocrática, la izquierda cristiana, la izquierda comunista, la izquierda marxista, la izquierda trostkista, la izquierda stalinista, la izquierda maoísta, la izquierda feminista, la izquierda separatista, la izquierda federalista, la izquierda católica, la izquierda islámica, la izquierda atea, la izquierda sindical, la izquierda europeísta, la izquierda hispánica, etc., etc. Total, un batiburrillo de signos, planes, principios y propuestas cuya totalización sólo desde un plano metamérico, es decir, un plano que no atiende a las partes y extra-partes de las totalidades (institucionales) de origen, es posible.
Y del otro, como objeto de crítica desde esa izquierda, lo que se supone como "derecha española" (azules, blancos, naranjas, verdes, etc.), otro baturrillo de signos, pero esta vez no totalizado metaméricamente ni, por supuesto, diaméricamente (según las conexiones entre sus partes y extra-partes), sino con arreglo a "convicciones" subjetivas; o dicho de otro modo, sin tener en cuenta las realidades sobre las que se aplican los rótulos que los definen. De este modo podemos "meter en el mismo saco" a los fascistas (¿alguien de esos que tienen esta palabra en la boca podría definirme qué es el fascismo?), a los "fachas", a los nazis, a los racistas, a los xenófogos, a los machistas, a los patriarcales, etc., etc.
En conclusión, dos totalidades enfrentadas que ni son totalidades, ni su enfrentamiento es tan claro como se quiere mostrar. Entre las partes de la "totalidad roja", por ejemplo, se podrían producir y de hecho se producen más enfrentamientos, y más determinantes, que los que se pudieran producir entre una parte suya y una parte de la "totalidad azul".
Ya para terminar, expongo brevemente el que era inicialmente el objeto de mi crítica: el empleo del término "rojo" como sinónimo de izquierda y como garante para su unidad, como si no fuese un concepto puramente psicológico, emic, que depende más del juicio de valor de quien lo profiere para sí ("Yo soy rojo") que del modelo político-institucional sobre el que pudiera aplicarse, o al que el sujeto que lo profiere se "siente" más afín. Es decir, un nombre con un "genitivo subjetivo", pero sin "genitivo objetivo" (según los tipos del caso genitivo en latín). Un concepto el de "rojo" tanto o más absurdo, por metafísico, que los conceptos "gente" o "pueblo" (peor aún el plural, "pueblos"), que desde las izquierdas indefinidas del presente se toman como bandera para justificar la falta de parámetros nacionales de su política; política que, en consecuencia, es una pura ilusión. Y se me dirá, "Es que los políticos de izquierda son mejores oradores que los de la derecha, y más listos". Lo de que haya una vinculación consustancial entre la inteligencia y el signo político lo dejo pasar, porque me parece una soberana estupidez. Pero que a estas alturas nos decantemos por unos u otros candidatos según cómo hablen revela dos cosas: primera, el paupérrimo nivel argumentativo de nuestros parlamentarios, y segunda, la alta susceptibilidad de la ciudadanía española a verse seducida por los discursos retóricos y puramente vacíos de los "sofistas del presente". Por aquí es por donde, según pienso, hay que comenzar la revisión crítica de la situación política de nuestro país.
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