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Eduardo Gutiérrez

Introducción a la sociología

Actualizado: 6 nov 2022

A continuación reproduzco la introducción de la sociología que he redactado como primer tema para las asignaturas que sobre esta disciplina científica imparto en la UEMC, para diversos Grados (es decir, para la formación de profesionales muy diversos).

 

Si nos atenemos a la definición literal o etimológica, la sociología es la ciencia que estudia la sociedad. Sin embargo, es muy difícil especificar qué es la sociedad, puesto que parece invadirlo todo (política, ciencias, historia, psicología, geografía, etc.). Por eso, debemos especificar un poco más.


La sociología es la ciencia que estudia las relaciones y los fenómenos (formas y estructuras sociales) que se originan en el seno de una sociedad. Se trata de una ciencia joven, surgida a comienzos del siglo XIX y perfectamente institucionalizada a finales del mismo siglo. Los principales nombres de esta época clásica de la ciencia de lo social son Auguste Comte, Herbert Spencer, Émile Durkheim, Max Weber, Georg Simmel y Ferdinand Tönnies. A Karl Marx también se le suele incluir en la lista.


No vamos a desarrollar toda la historia de la sociología, porque nos enfangaríamos en un listado de nombres e ideas que no va a ser de ninguna utilidad. Más útil me parece que reflexionemos sobre el origen de la sociología, es decir, que nos preguntemos por qué la sociología nace en el siglo XIX, reconociendo como reconocemos que sobre la sociedad se viene filosofando desde hace siglos.


Al buscar la respuesta a la pregunta por el origen de la sociología, casi sin quererlo, damos con su función práctica. De la pregunta ¿por qué la sociología nace en el siglo XIX? pasamos a la pregunta ¿para qué sirve la sociología?


El país donde nació el conocimiento científico de lo social es Francia. Concretamente, la Francia de comienzos del siglo XIX, en la que todavía se vivían los estragos de la conclusión violenta del proceso revolucionario de 1789. La sociedad francesa, por aquel entonces, estaba rota: en ella reinaban el caos, el desorden y, como lo diagnosticará Durkheim a finales de siglo, la anomia. Es decir, la pérdida de valores y principios sociales para la cohesión y la solidaridad.


La sociedad estaba enferma. ¿Qué hacemos cuando enfermamos? Cuando enfermamos, vamos al médico; dicho de otro modo, buscamos al profesional que sabe cómo funciona nuestro cuerpo y solicitamos su consejo, su prescripción, su diagnóstico, con el objetivo de recuperar la buena salud. Con la sociedad enferma o anómica sucede exactamente lo mismo.


Comte, Durkheim y otros tantos sociólogos, en condición de médicos de lo social, se preocuparon por diagnosticar los problemas que afectaban a su sociedad (y por tanto, a sí mismos como parte de ella), y, mediante la aplicación de leyes y principios (como los principios que utilizan los médicos para reconocer enfermedades a partir de síntomas fisiológicos), sanar el tejido social o prevenir que enferme.


Para eso sirve la sociología, y por eso nació. Sirve para «tomarle el pulso» a la sociedad, para diagnosticar su estado de salud y enfermedad y, en caso de que sea necesario, prevenir o curar. Se previene cuando se advierte de ciertos problemas que aún son menores pero pueden convertirse en patológicos, como cuando el médico te recomienda que hagas más deporte, comas menos grasas saturadas, o trates de evitar las situaciones de estrés. Nótese que, de la misma manera que solamente nos hacemos cuestión de nuestro organismo cuando falla, la sociología se hizo cuestión de la sociedad cuando falla o enferma. Por eso, que haya un mayor o menor interés digamos mundano por la sociología puede ser la señal de que algo va mal en una sociedad determinada.


El otro día, el motor de mi coche dijo basta. Comenzó a echar humo y a hacer ruidos extraños. Yo no sabía qué le sucedía realmente, pero sabía que las cosas iban mal. Con la sociedad sucede lo mismo: todos reconocemos que algo no está bien, que algo falla, que hay quizá demasiados individuos solitarios, demasiada pobreza, desigualdad o violencia. No sabemos por qué (aunque en Twitter y otros lugares todo el mundo cree tener la solución para todo). ¿No deberíamos acudir a la sociología (comprando libros, asistiendo a Congresos, valorando la superioridad analítica de la opinión de los expertos –que no es mera doxa) igual que acudimos al mecánico para que nos des-vele el problema que se esconde tras el escape de humo del capó de nuestro coche?


Siguiendo con la analogía médica, la sociología sirve, hoy en día, para reconocer cuáles son los síntomas que evidencian la existencia de una sociedad enferma, corrompida, atomizada o, de nuevo volviendo al poderoso concepto que nos legó Durkheim, anómica.


Vale que la analogía entre el cuerpo humano y la sociedad puede no ser acertada. Pero lo será, no tanto porque sea errónea, sino porque quien la evalúa como desafortunada tiene una concepción errónea de qué es el tejido social, y sobre todo, de cuál es su papel en ella. Alguien dirá: no, pero una cosa es el cuerpo, que no deja de ser mi cuerpo, y otra muy distinta la sociedad, que es algo que en absoluto va conmigo. Mi cuerpo es mío, y la sociedad no.


Lo primero que habría de responderle a este supuesto interlocutor es que su cuerpo no es suyo, propiedad suya, sino que es él mismo. Somos nuestro cuerpo. Sirva esta primera aclaración para recomendar, a quien pudiera interesarle, el libro de José Errasti y Marino Pérez Nadie nace en un cuerpo equivocado.


En segundo lugar, la sociedad, el tejido social o la realidad social, como queramos llamarlo, no es algo ajeno a ti, a mí, ni a nadie. Le será ajeno, si acaso, al anacoreta que se ha retirado a las montañas, al desterrado, a Robinson Crusoe o a Víctor en niño lobo de Avignon. Y ni con esas; sólo al último, que se crío completamente al margen de la sociedad, le fue ésta ajena. Y mirad cómo acabó.


Somos parte de la sociedad, lo queramos o no. La sociedad nos ha hecho quien somos. Porque la sociedad no es una entidad abstracta, algo así como un monstruo o una inmensa maquinaria como la imaginada en las distopías punk, sino el tejido o la red social formada por la interacción entre individuos, familias, grupos, clases, etc. Somos parte de la sociedad en tanto en cuanto somos parte de nuestra familia, de nuestros grupos de amistad, de compañeros o de colegas. En tanto en cuanto bajamos a comprar el pan y requerimos de los servicios y los productos que nos ofrecen (con mayor o menor interés lucrativo) los otros; hemos ido a la escuela, hemos sido educados por una familia, hemos hecho amistades y adquirido compromisos. Algunos quizás no hayáis votado y no penséis hacerlo nunca. Pero todos necesitamos de los servicios públicos (que van desde la sanidad gratuita hasta la recogida de basuras y la disposición de agua corriente en los hogares), de las infraestructuras y administraciones, de las instituciones y, por encima de todo lo demás, de las redes sociales.


Redes sociales, entendedme, en el sentido estrictamente sociológico de la palabra. Redes sociales que van desde las relaciones familiares hasta las relaciones empresariales y laborales. Al hablar de la importancia de las redes sociales por supuesto que hablo de la importancia de Facebook, Instagram o Twitter, que facilitan una conexión inmediata con cualquier parte del mundo; pero más me interesa enfatizar la importancia de la socialización en contextos tan dispares como el hogar, la escuela o los bares. En las plazuelas públicas socializamos (aunque sólo sea en las fiestas del pueblo o la ciudad). Socializamos en el parque, incluso si por descuido o por un humor demasiado gamberril provocamos disturbios públicos. Socializar no es otra cosa que transformar el tejido social, y se transforma tanto cuando se teje como cuando se desteje. El conflicto es una forma de socialización, como perfectamente se muestra en la novela y más tarde gran película El señor de las moscas.


En el año 2020 todos comprendimos lo importante que es socializar. Todos nos dimos cuenta, y todavía hoy seguimos reconociéndolo cuando miramos los informativos y leemos las noticias, que la soledad mata. Que la soledad hace daño, destruye conciencias y cuerpos. Los ancianos, uno de los colectivos que más ha sufrido esta pandemia, lo saben perfectamente.


Dicho esto, preocuparnos por la salud de nuestra sociedad es preocuparnos por nosotros mismos. Tomarle el pulso a la realidad social de nuestros días, diagnosticar sus problemas y barajar diferentes remedios para sanarlos, es una obligación de salud personal. Sobre todo, de salud mental. La proliferación de trastornos mentales, muchos de los cuales conducen lamentablemente al suicidio de los jóvenes de medio mundo (y de los ancianos), tienen mayoritariamente causas de origen sociológico que es importante descubrir, analizar y denunciar. O al menos reflexionar grupalmente sobre ellas, con el objetivo de que las conclusiones extraídas nos sirvan para nuestra propia vida.


«Tomarle el pulso» a nuestra sociedad es hoy más importante que nunca. Lo es, al menos, si es cierto el diagnóstico ofrecido por el sociólogo Zigmunt Bauman, quien acuñó el famoso concepto de la «sociedad líquida». La sociedad líquida es una sociedad fracturada, atomizada, fraccionada. Una sociedad caótica e incapaz de domar, sobre la que actúan fuerzas muy poderosas en una dialéctica que puede hacer saltar por los aires el estilo de vida que llevamos actualmente: totalitarismos, catástrofes naturales, conflictos religiosos, conflictos bélicos, crisis económicas, crisis climáticas, desigualdades, pobreza, hambre…


Por eso es tan importante comprender qué es la sociedad, qué lugar ocupamos nosotros (los individuos) en ella, cómo funciona, cómo se ha creado (qué historia tiene), qué partes la componen, y, por encima de todas las demás, hacia dónde vamos.


Preguntarse hacia dónde vamos como sociedad o hacia dónde va la sociedad puede parecer una apelación teológica o futuróloga, pero realmente no es así. Es en este punto donde se revela la importancia práctica que tiene la sociología: si somos parte de la sociedad, si estamos construyendo sociedad constantemente (tejiendo y destejiendo redes de socialización), lo que sea el día de mañana dependerá de lo que hagamos hoy.


Colegimos de aquí el verdadero sentido de esta asignatura: no tanto conocer qué dijeron los sociólogos de la tradición o saber cómo emprender investigaciones sociológicas, cuanto desarrollar o habilitar la actitud del «punto de vista sociológico».


De lo que se trata es de ampliar nuestro marco de reflexión, la perspectiva desde la que reflexionamos (nosotros solos o en compañía de otros) sobre los problemas que nos acechan y nos acecharán en nuestro día a día. Esta asignatura es crucial para la práctica de la vida cotidiana, porque hablamos de nosotros mismos, del otro, de la sociedad, de su futuro y de su pasado, de qué sucede y por qué sucede, de cómo podemos arreglarlo, si es que podemos, de cuál es nuestro papel aquí (en el mundo, en el aula, en la sociedad española, en la vida, en la historia).


La pretensión es, por lo tanto, la adopción de lo que Charles Wright Mills (1916-1962) definió como «imaginación sociológica»: la capacidad de distanciaros de lo concreto y lo evidente, de la respuesta fácil a los problemas complejos, adoptando diversos puntos de vista desde un enfoque crítico.


La realidad social es una realidad muy compleja. En la sociedad participan muchos términos (grupos, clases, familias, individuos, etc.), y entre ellos caben muchas formas distintas de relación (conflicto, cooperación, subordinación, dominación, división social, división del trabajo, etc.)). Por eso, la sociología debe diversificarse en varias subdisciplinas como: sociología del conflicto, sociología de la desviación, sociología urbana, sociología rural, sociología de la familia, sociología de la escuela, sociología de la educación, sociología de la empresa, etc.


Clasificando la pluralidad de términos y relaciones de los que se ocupa la sociología en tres grandes categorías, los tres temas sociológicos más importantes, o las tres dimensiones de la sociedad de mayor interés, son:


(i) Organización social (estructura social, grupos sociales, instituciones): instituciones políticas, económicas, educativas, estratificación social y clases sociales, la desigualdad social y los problemas de la exclusión, las familias, los grupos sociales, el papel de la religión, los medios de comunicación, la organización de las ciudades y sus espacios, etc.


(ii) Acción social (formas de socialización entre individuos y grupos: procesos de socialización, las normas y valores sociales, las ideologías, los procesos de desviación, la comunicación social…


(iii) Procesos de cambio social: cómo se van transformando los diferentes elementos sociales y culturales señalando las transformaciones desde las sociedades más tradicionales a las más contemporáneas y los cambios actuales.


Por último, y de nuevo sin ánimo de ofrecer una exhaustiva historia de la sociología, a continuación realizamos un breve comentario a los principales autores y escuelas que contribuyeron y contribuyen a ella:


I. Los precursores de la sociología. Su condición como sociólogos estrictos o como científicos de la sociedad es un tema en discusión. Sus teorías acusan los excesos del método especulativo, de manera que más que describir cómo es la sociedad, propusieron nuevos modelos de sociedad o teorías sobre cómo debe ser la sociedad.


(i) Claude-Henri de Saint-Simon (1760-1825). La importancia de este conde ilustrado y liberal en la sociología tiene más que ver con el hecho de que fue el maestro de Comte que con la rigurosidad y objetividad de sus planteamientos.


(ii) Auguste Comte (1798-1857). Fue Comte quien empleó el término «sociología» por vez primera en 1822, aunque inicialmente la denominó «física social». Y fue él quien le dio a la sociología su aspecto científico, aunque poniéndola a la misma altura que las ciencias naturales; no en vano, la «física social» es un estudio de la sociedad siguiendo los métodos de la física.


A los dos apuntes anteriores se reduce la influencia de Comte en la sociología. En los Grados actuales de sociología apenas se estudia, y quizá la siguiente descripción del historiador Isaiah Berlin nos expliqué a qué es debido:


«Su grotesca pedantería, su pesada e insoportable manera de escribir, su vanidad, su excentricidad, su solemnidad, la patología de su vida privada, su demente dogmatismo, su autoritarismo, sus falacias filosóficas, […] [su] obstinado deseo de unidad y simetría a expensas de la experiencia […] y su fanáticamente ordenado mundo de los seres humanos, alegremente ocupados en cumplir sus funciones, cada uno dentro de su propio destino rigurosamente definido, dentro de la racionalmente ordenada y absolutamente inalterable jerarquía de la sociedad perfecta».


Comte es el fundador de un movimiento filosófico o de un paradigma de pensamiento que imperará durante los siglos XIX y XX, aunque no sin enemigos: el positivismo. El positivismo es un pensamiento según el cual las ciencias, el conocimiento científico, puede explicar absolutamente todo lo que existe (alcanzar verdades absolutas sobre el mundo real). Podemos conocer la realidad a través de las ciencias, y, además, transformarla y predecir su curso de desarrollo.


El trabajo científico, explica el positivismo, consiste en estudiar la realidad, analizarla, describirla y, una vez conocida, establecer leyes generales que explican su naturaleza y predicen cómo evolucionarán ulteriormente. Las ciencias nos explican el pasado, el presente y el futuro.


Si la sociología es una ciencia más, al mismo rango que la física y la química, significa que puede estudiar la realidad social, establecer las leyes generales que rigen su evolución, y predecir qué cursos tomará en el futuro. De este modo, cuando las ciencias logren adherirse al pensamiento positivista y asociarse al desarrollo tecnológico e industrial, se podrá fundar un Estado capaz de aplicar la receta necesaria para reducir los conflictos sociales.


Llega a establecer una clasificación jerarquizada de las ciencias, al modo de un «árbol de ciencias» que explicaría toda la realidad: Matemáticas, Astronomía, Física, Biología (Fisiología), Química y Sociología. La sociología, piensa Comte, es la ciencia más importante de todas, siempre y cuando se ajuste al método de las ciencias naturales: experimentación, legislación, verificación y predicción.


(iii) Herbert Spencer (1820-1903). El pensamiento sociológico de Spencer está de alguna manera emparentado con el de Comte, aunque el propio Spencer criticó duramente al francés en un ensayo de 1864 titulado «Razones para disentir de la filosofía del Sr. Comte». A diferencia de Comte, el inglés sí tiene gran importancia para la sociología, sobre todo en lo referente al análisis de las instituciones.


La sociología de Spencer refleja fielmente el pensamiento de la Inglaterra de su tiempo (la conocida como época victoriana). La sociología no tiene una aplicabilidad práctica como la que le presupuso Comte, porque Spencer piensa que el Estado no debe intervenir en la vida social de los individuos. Si para Comte la sociedad son las instituciones, para Spencer son los individuos cooperando entre sí según sus propios intereses.


A Spencer debemos una de las primeras teorías de la evolución de las sociedades humanas, de acuerdo con un criterio procedente de la biología: como los organismos vivos, que evolucionaron desde las células procariotas a las eucariotas y de éstas a una amplísima diversidad de organismos complejos, las sociedades evolucionan de estados de simpleza u homogeneidad social a estados de complejidad y heterogeneidad (los individuos se van emancipando de la sociedad).


La explicación teleológica de la evolución histórica de las sociedades humanas, de sesgo etnocentrista (la sociedad británica es la sociedad más evolucionada, la sociedad perfecta) explica la tesis del «darwinismo social». Aunque se le suele atribuir a Darwin, esta tesis fue propuesta por Spencer diez años antes de la aparición de El origen de las especies de Darwin, de 1859.


A juicio de Spencer, en una sociedad deben sobrevivir solamente los más aptos, los más fuertes. Por eso no estaba de acuerdo con la implantación de las políticas sociales: si los débiles y los enfermos perecen, mejor para el conjunto de la sociedad. Si en una manada de cebras una se queda coja y no puede continuar, que abandone el grupo antes de ponerlo en peligro:


«El bienestar de la humanidad y su desarrollo hasta su perfección última están garantizados por la misma disciplina benévola, aunque severa, a la que toda creación animada está sometida: una disciplina que es despiadada en su trabajo en pro del bien, una ley que persigue la felicidad y que nunca se desvía para evitar el sufrimiento temporal y parcial. La pobreza de los incapaces, las desgracias que acontecen a los imprudentes, el hambre del ocioso, y ese evitar cargar con los débiles de los fuertes, que deja a muchos en los “bajíos de la miseria”, son los mandatos de una enorme benevolencia que mira hacia el futuro».


II. Pioneros o sistematizadores. Los tres pensadores anteriores sin duda sembraron el campo donde algunas décadas más tarde fructificaría el árbol de la sociología. Sobre todo Comte, proponiendo una adopción de los métodos de las ciencias naturales, y Spencer, cuyas ideas serán estudiadas varias generaciones y escuelas después.


Pero ninguno de los tres logró una sistematización del pensamiento sociológico, ninguno de ellos planteó sistemáticamente qué es la sociedad, cómo debe ser estudiada, y cómo funciona. Sí lo hicieron en mayor o medida los tres sociólogos que estudiaremos a continuación, principalmente Durkheim y Weber. A Simmel lo incluyo porque, más allá de que fuera el autor de mi tesis doctoral, plantea un análisis sociológico sobre las sociedades urbanas que a juicio de muchos inaugura o abre el cauce para que en las primeras décadas del siglo XX se instituyan la ecología urbana (escuela de Chicago) y la sociología urbana. Por no hablar del análisis sociológico de las masas, muy en sintonía con la Massenpsychologie del momento.


Otra de las razones por las que sólo a partir de estos autores, y no de los anteriores, hablamos de una ciencia de lo social y no de un pensamiento social o una filosofía social, es que no fue hasta finales de siglo cuando se fundan las primeras instituciones sociológicas: escuelas, departamentos, asociaciones. Sin este tipo de instituciones para la colaboración entre científicos, el estudio, la investigación y el intercambio de ideas, ninguna ciencia puede presentarse como perfectamente consolidada.


(i) Émile Durkheim (1858-1917). Prácticamente nadie niega a día de hoy el lugar destacado de Durkheim en la historia de la sociología. Al menos en Francia, es su padre o fundador, puesto que él fue quien creó en 1896 la revista L´année sociologique, un años después de tomar la dirección del primer departamento de sociología de la historia, en la Universidad de Burdeos.


Además, sus teorías siguen siendo estudiadas y adquiriendo, por cierto, una enorme actualidad. Por ejemplo, su teoría sociológica sobre los suicidios (sobre sus causas e implicaciones sociales) se puede aplicar perfectamente para estudiar la problemática que actualmente vive la sociedad española.


Por si lo anterior fuera poco, Durkheim logró crear o fundar a su alrededor una escuela de sociología, el funcionalismo, que como hemos podido comprobar en el tema anterior influye en una escuela antropológica, y en el pensamiento social y humano en general. Es, mutatis mutandis, el Freud de la sociología.


A juicio de Durkheim, la sociología debe distanciarse de la filosofía (la filosofía de la sociedad que se venía practicando desde Sócrates y Platón) centrándose en el análisis empírico. Lo que la sociología estudia no son abstracciones filosóficas, sino hechos, cosas. En este caso, cosas sociales. En efecto, la sociología consiste según Durkheim en el estudio de los «hechos sociales», cosas externas a los individuos (independientes de ellos) que ejercen sobre los individuos un poder coercitivo.


Así, y esto explica en parte la tesis sobre los suicidios, Durkheim piensa que la sociedad es un conjunto de hechos sociales que determina la conducta y el modo de vida de los individuos. Su sociología, que hace de la sociedad la entidad fundamental para explicar la vida humana (incluso la religión se explica como un producto social), se le ha dado en llamar, críticamente, como «sociologismo».


Lo que vendría a defender el sociologismo de Durkheim es que cualquier tipo de fenómeno humano, sea psicológico, político o religioso, puede ser explicado a partir de los hechos sociales. O dicho de otro modo: no importan tanto los sentimientos y estados de ánimo de los individuos como los efectos sociales que pueden tener.


Durkheim distingue dos tipos de hechos sociales: los hechos sociales materiales, como las formas arquitectónicas, los ritos y ceremonias o las leyes jurídicas, y hechos sociales inmateriales, como los símbolos políticos, las creencias religiosas o las normas y valores morales.


Cuando Durkheim estudia la sociedad desde este enfoque objetivo, en el que la subjetividad (individuos, hechos sociales inmateriales) se estudia siempre desde aquello que es empíricamente comprobable (hechos sociales materiales), lo que le interesa realmente es cómo funciona la sociedad como un todo.


La sociedad es una totalidad que, aun surgiendo de la agregación de individuos, una vez constituida adquiere vida propia y es capaz, a través de los hechos sociales que la conforman, de imponerse sobre ellos, de decirles cómo pensar, vivir, producir, en qué creer, etc. La sociedad es un Golem, según la tradición judía.


Desde esta perspectiva macroscópica, Durkheim dedica sus investigaciones a explicar cómo los distintos tipos de prácticas y relaciones sociales sirven de alguna manera para integrar a la sociedad, para garantizar su supervivencia. Esta es la tesis básica del funcionalismo de Durkheim: cualquier tipo de acontecimiento social, ya sea la cooperación entre vecinos para sofocar un incendio o la pelea entre partidarios de distintos partidos políticos, tiene una función para la sociedad, para mantener a la sociedad integrada.


Siguiendo muy de cerca los recientes descubrimientos en biología, Durkheim concibe la sociedad como un organismo, es decir, una totalidad compuesta por partes (hechos sociales y estructuras sociales) cada una de las cuales realiza una función diferente o varias funciones diferentes (especializadas) para el conjunto de la sociedad. El objetivo de los sociólogos, sugiere, es descubrir cuáles son las funciones sociales de las estructuras y de los hechos sociales. Por ejemplo, ¿qué función cumple el suicidio en la sociedad?, ¿para qué sirven los divorcios?, ¿qué misión social le podemos asignar a las iglesias?, etc.


Durkheim se propone estudiar el proceso de evolución de las sociedades, como hiciera Spencer, pero desde sus postulados funcionalistas. El criterio que tomará para distinguir las etapas evolutivas es, pues, el de la cohesión social. Distingue dos tipos de sociedades, al modo de la distinción de Spencer entre sociedades simples y compuestas, según el tipo de solidaridad que se observa en ellas (la solidaridad es lo que mantiene unida a una sociedad):

- Sociedades de solidaridad mecánica (sociedades primitivas). Son sociedades en las que hay escasa diferenciación entre los individuos y sus funciones, y es precisamente esa homogeneidad la que explica su supervivencia en el tiempo. No hay más que un individuo una conciencia, la conciencia colectiva. Entre los individuos existen vínculos emocionales muy fuertes, y hay escasa división del trabajo.


- Sociedades de solidaridad orgánica (sociedades civilizadas). En este tipo de sociedades se observa un mayor grado de división del trabajo, de especialización y de diferenciación. Al crecer en número y aumentar la demanda de recursos y materiales para la subsistencia de las familias y los grupos, es necesario que cada individuo se especialice en una determinada actividad o función.


Cuanto más compleja es una sociedad, más división del trabajo existe[1], y más diferenciación de las conciencias individuales. Ahora, lo que mantiene unidos a los individuos no es la pertenencia o la emoción sino el contrato, el acuerdo entre partes para alcanzar unos fines comunes según intereses particulares.


Esa cohesión débil o interesada también está condicionada por el hecho de que, cuanta más especialización hay, cada individuo necesita mucho más de los demás. Si yo sólo sé dar clases, pero no sé ordeñar, hornear pan ni cambiar la instalación eléctrica de mi casa, tengo que contar con los servicios de un lechero, un panadero y un electricista.


Sin perjuicio de la importancia de las ideas anteriores, la que ha hecho de Durkheim uno de los sociólogos más importantes de todos los tiempos, y que ha extendido sus teorías más allá de la sociología (a la criminología o la antropología), es la idea de la «anomia».


Durkheim piensa que en el paso de las sociedades de solidaridad mecánica a las sociedades de solidaridad orgánica se producen una serie de transformaciones sociales que apuntan hacia un creciente individualismo. Este individualismo tiene efectos perjudiciales para la cohesión de la sociedad, puesto que cuando los individuos dejan de cumplir las funciones que tienen para con la sociedad, es decir, dejar de cumplir con sus obligaciones sociales y familiares, la sociedad entera entra en crisis.


La crisis anómica de la sociedad consiste en la ausencia de normas. Ya nadie obedece a sus padres, nadie cumple la legalidad vigente, la gente ha dejado de cooperar, y si lo hacen es por puro interés. Cada uno va «a su bola» sin escuchar a nadie. Eso es la anomia, la patología de las sociedades modernas.


Sin perjuicio de que esta situación es efectivamente crítica, es peligrosa para el orden social, Durkheim piensa, en un ejercicio de radical funcionalismo, que la anomia tiene algún beneficio para la sociedad. La anomia, como estructura social, tiene una función para la sociedad: de toda crisis surge una nueva forma de orden.


(ii) Georg Simmel (1858-1918). Simmel es un rara avis en la sociología, y en la filosofía. Sociólogo para sus colegas filósofos, y filósofo para sus colegas sociólogos, es un pensador «entre los márgenes», un outsider, muy en correspondencia con su origen semita en una sociedad como la alemana de finales del XIX.


Sin embargo, Simmel contribuyó enormemente a la institucionalización de la sociología en Alemania: junto a Weber y a Tönnies, fundó en el 1910 la Sociedad Alemana de Sociología (Deutsche Gesellschaft für Soziologie), y se dedicó durante la última década del siglo XIX a establecer cuál debía ser el objeto y el método de la sociología, a efecto de convertirla en una ciencia más (y no en una parte de la economía, la historia o la psicología).


Por otro lado, Simmel será el inspirador de muchas escuelas sociológicas del siglo XX, como la teoría del conflicto (el conflicto, como pensaban Marx o Durkheim, une al mismo tiempo que separa, crea grupos sociales al tiempo que los destruye), la sociología de los sentidos (a través de los sentidos –el gusto, el oído, el olfato, el tacto o la vista- los individuos crean y destruyen constantemente tejido social)[2], la sociología urbana, la ecología urbana o la «microsociología».


Simmel piensa que el objeto de la sociología son las formas de socialización (Vergesellschaftung). Tanto en las peleas callejeras como en las negociaciones económicas o los diálogos políticos hay algo en común que, no siendo estudiado ni por la política ni por la economía o la religión es objeto de estudio de la sociología: las formas de socialización, el modo como los individuos se unen (o enfrentan) construyendo grupos sociales[3].


La sociología consiste, pues, en el análisis de las formas de relación social, interacción o socialización entre los individuos, porque son estas relaciones las que construyen la sociedad. Mejor dicho, la sociedad es el conjunto de estas relaciones. Este estudio comparado se puede realizar a juicio de Simmel, es más, se debe realizar, desde dos perspectivas distintas:


- La perspectiva macroscópica sigue la interpretación clásica del método comparativo. Se analizan una serie de fenómenos sociales y, extrayendo o abstrayendo los elementos comunes a todos ellos, se conforma un concepto general o tipo ideal. Desde esta perspectiva se estudian, por ejemplo, categorías como el conflicto, la cooperación, la división del trabajo, la institución, la dominación, la sumisión, el poder, etc.


Hasta ahora, Simmel no ha dado un paso más allá de la tradición inmediatamente anterior o coetánea a él. Pero su genio filosófico le lleva a darse cuenta de algo muy importante: los conceptos generales son eficaces para la investigación sociológica porque le permiten al sociólogo analizar y comparar realidades aparentemente dispares, y deducir de ese análisis una serie de conclusiones a modo de leyes generales.


Pero la realidad social es muy compleja. Se está tejiendo y destejiendo constantemente, a cada momento, en cada mirada, en cada tweet, en cada mensaje de Whatsaap. Por eso, no nos sirven esos conceptos generales que son como grandes redes de pesca que lanzamos al mar a ver qué pasa. Como mucho, nos garantizará la obtención de grandes atunes y salmones, pero hay muchos otros peces más pequeños que quedan a salvo de tan grandes orificios.


- La perspectiva microscópica complementa a la macroscópica centrando la atención del sociólogo en los pequeños detalles, en aquellas interacciones si acaso fugaces pero que son el auténtico germen de las grandes formas de socialización. En la decisión de un joven de ir o no a la fiesta de cumpleaños de su amigo puede estar actuando una mirada fugaz lanzada por una chica de la clase de al lado al salir de clase. En las grandes ciudades, las miradas, los insultos y los gestos y olores están constantemente configurando la realidad social y el modo como interpretados a los otros.


Así lo explica en Cuestiones fundamentales de sociología (1917):


«Sin embargo, aparte de éstas [las grandes formas de socialización] existe una cantidad incontable de tipos de relación e interacción humanas menores y aparentemente insignificantes según los casos, que al intercalarse entre las configuraciones abarcadoras y, por así decirlo, oficiales, son las que primeramente logran constituir la sociedad tal y como la conocemos».


Por último, otra de las virtualidades de la sociología simmeliana, muy fructífera durante el siglo XX, es la construcción de tipos ideales desconocidos hasta el momento. De acuerdo con esa necesidad metodológica de implementación de una dialéctica entre el análisis macro y el micro, Simmel estructura algunos tipos ideales o formas de socialización como: la prostituta, el vagabundo[4], el extranjero.


(iii) Max Weber (1868-1920). Con la excepción de Durkheim, Weber es el sociólogo más conocido, estudiado, discutido y publicado de la tradición de la sociología. Amigo de Simmel, su teoría sociológica se adentrará en los terrenos de la historia, la economía, la religión y el derecho. Si Simmel era filósofo antes que sociólogo, como a él mismo le gustaba decir, Weber fue historiador antes que sociólogo, y eso se nota en sus obras.


Reaccionó contra la tesis marxista de que las condiciones económicas o materiales son el motor del cambio social e histórico. A su juicio, sin negar la importancia de los factores económicos, las ideas, los valores y las creencias compartidas por los grupos sociales son capaces de grandes revoluciones y transformaciones.


También a diferencia de Marx y de Durkheim, Weber propuso una perspectiva sociológica microscópica según la cual sin los individuos no existen estructuras sociales. Son los individuos los que crean estas estructuras a través de sus relaciones y acciones, por lo que el objeto de estudio de la sociología debe ser la «acción social». El sociólogo debe comprender, no explicar, cuáles son las ideas, los valores o los significados que mueven a los individuos a relacionarse entre sí: ¿por qué formamos sociedad con los otros?


Las acciones sociales son conductas humanas conscientes o reflexivas, no puramente instintivas según planteaba la corriente de la psicología conductista (esquema estímulo-respuesta). Son acciones que se realizan por algo, para algo, en virtud de una serie de razones.


Además, son acciones que están dirigidas a los otros, que tienen en cuenta a los otros, aunque no sea explícitamente. La acción de practicar deporte basada en la razón de que tengo que cuidar mi salud no es una acción social. La acción de asistir a un gimnasio con otras personas a las que de alguna manera tengo en cuenta aunque no se lo confiese sí que lo es.


Pero lo más importante de todo es que una acción social incluye una serie de expectativas sobre cómo podrán actuar los otros, sobre cómo transcurrirá la relación. Por ejemplo, si un individuo recibe de la actitud del otro con quien se relaciona un estímulo violento, la respuesta más instintiva y rápida sería la reacción violenta, igual o más que el estímulo. Pero si este individuo reflexiona, comprende, contextualiza, reconocerá que la reacción a tal estímulo puede provocar una serie de consecuencias para el resto de la sociedad que no le compensa.


Por otro lado, uno de los libros más célebres de la historia de la sociología es La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1905), donde explica que la superestructura ideológica de la religión protestante, fundada en los valores de sacrificio, conocimiento interior y salvación mundana, determina la aparición de la infraestructura económica del capitalismo industrial moderno.


Señala por ejemplo que mientras la religión cristiana, católica, prescribió la usura y de la búsqueda de beneficio como pecado (razón por la cual en la Edad Media los principales prestamistas europeos eran de origen judío), la religión protestante hizo de esta búsqueda de beneficio individual a través del trabajo una de las condiciones o de las vías para la salvación.


El protestantismo, por el contrario, predica una actitud de trabajo y de beneficio racional combinada con la renuncia a los placeres terrenales. Esta actitud se puede resumir como una actitud de ascetismo económico: «trabaja mucho, ahorra mucho, y gasta poco. Aprovecha tu tiempo, sé laborioso, y no malgastes lo que has conseguido; empléalo para lograr más beneficio»:


«El orden económico capitalista actual es como un cosmos extraordinario en el que el individuo nace y al que, al menos en cuanto individuo, le es dado como un edificio prácticamente irreformable, en el que ha de vivir y al que impone las normas de su comportamiento económico, en cuanto que se halla implicado en la trama de las relaciones de mercado».


III. Funcionalismo. A juicio de Durkheim, fundador de la escuela funcionalista, la sociedad es un sistema complejo, al modo de un organismo, cuyas diversas partes (estructuras y formas sociales) funcionan conjuntamente para garantizar la supervivencia del organismo total. Entre las partes del todo social existen relaciones de cooperación o solidaridad que dan estabilidad al todo.


Por eso, como hemos explicado, la sociología debe estudiar las relaciones que existen entre las diversas partes del todo social y el modo como contribuyen a su cohesión, es decir, cuáles son sus funciones. Por ejemplo, cómo funcionan las costumbres religiosas para mantener el orden social y cómo se relacionan con las instituciones sociales y económicas.


La idea clave del funcionalismo, además de la función y organismo, es la del consenso (solidaridad, cooperación, cohesión). Un sistema social funciona cuando cada parte se relaciona con las demás debidamente; es decir, cuando cada parte hace lo que debe hacer. El consenso es garantía de orden, aunque Durkheim pensaba que en el conflicto también puede haber funcionalidad.


Esta idea del consenso como llave para el orden adquirirá mucha importancia en Estados Unidos después de la segunda guerra mundial, en pleno inicio de la guerra fría y con la sociología con un afán de aplicación práctica que siempre caracterizó a la academia estadounidense. De hecho, en 1986 George Huaco publicó un artículo titulado «Ideology and General Theory: The Case of Sociological Functionalism» (Comparative Studies in Society and History, 28-1, 34-54) donde defendió la tesis de que el funcionalismo sirve de apoyo a la política imperialista de los Estados Unidos.


La sociología estadounidense de mediados del siglo XX se debate entre dos escuelas rivales. De un lado la sociología de influencia simmeliana de la Costa Oeste (escuela de Chicago) y del otro lado la sociología de la Costa Este (funcionalismo estructuralista).


Los dos funcionalistas más importantes de la escuela estadounidense son: Talcott Parsons (1902-1979), en quien también hay una importante influencia de la teoría de la acción social de Weber, como refleja su obra de 1937 La estructura de la acción social; y Robert Merton (1910-2003), cuya obra Social Theory and Social Structure de 1949 será la nueva referencia de esta escuela.


Se les ha objetado un exceso de atención a la cohesión social y la integridad del sistema, en detrimento de los muchos que tienen que ver con las divisiones y los conflictos. La consecuencia de algo así es la de minimizar las desigualdades sociales. Por lo mismo tampoco inciden mucho en el papel creativo que tiene la acción social de los individuos ya que el protagonismo se encuentra en el sistema.


IV. Teoría crítica. Dentro de la teoría crítica incluimos a los teóricos de la escuela conocida como «teoría del conflicto» o «sociología del conflicto», como Lewis Coser (1913-2003) o Ralf Dahrendorf (1929-2009), y la «teoría crítica» de la «escuela de Frankfurt», una escuela considerada filosófica pero en la que se trataron e investigaron temas de sociología, psicología, historia y economía; en esta última destacamos los planteamientos sociológicos de Erich Fromm (1900-1980); Herbert Marcuse (1898-1979).


Uno de los aspectos compartidos por ambas escuelas es la influencia de Marx y su teoría del conflicto de clases como motor que explica el cambio social e histórico. El otro, subsidiario del primero, la crítica al consensualismo de la escuela funcionalista.


La tesis básica de la primera escuela es que el conflicto también tiene una función social. Además, al centrar la investigación sociológica en el conflicto pueden dar cuenta de las desigualdades y las relaciones de dominación entre los grupos dominantes y los desfavorecidos, que habían pasado inadvertidas para los funcionalistas. Otra idea importante es que las sociedades no son sistemas armónicos sino estructuras con partes, grupos o clases enfrentados históricamente entre sí.


La escuela de Frankfurt refiere a un conjunto de pensadores que a lo largo de tres generaciones reflexionaron sobre las causas sociales del ascenso al poder del partido nazi y de las consecuencias bélicas ulteriores. Los primeros teóricos, entre los que destacan Max Horkheimer y Theodor Adorno, trataron de explicar cómo es posible, o mejor, qué sucedió en la sociedad alemana de los años treinta apoyara, mayoritariamente, incluida la clase obrera, al partido nazi de Adolf Hitler.


Tanto estos primeros críticos como los de las dos generaciones posteriores, en particular Fromm y Marcuse, centraron su análisis en la alienación social provocada por el advenimiento de una cultura industrial o cultura de masas. La alienación en la producción denunciada por Marx a mediados del siglo XIX se ha convertido, un siglo después, en alienación política (totalitarismos) y alienación cultural (hiper-consumo).


V. Integracionismo. Durante los años ochenta algunos sociólogos constatan la necesidad de superar la dialéctica entre funcionalistas y conflictivistas, que había dividido a las escuelas y los departamentos de sociología de Estados Unidos durante décadas.


La superación de esta dialéctica significa la superación de otras dos dialécticas: la dialéctica macro-micro, y la dialéctica estructura-acción. Los integracionistas buscan armar una teoría sintética en la que se analice la sociedad tanto desde una perspectiva macroscópica (la sociedad como sistema u organismo) como desde una perspectiva microscópica (la sociedad como conjunto de individuos).


Por otro lado, tratan de conciliar un análisis estructural de la sociedad al estilo de los funcionalistas, donde se localizan distintas partes para analizar sus relaciones (de cooperación y conflicto), con el análisis de la acción que los individuos realizan en esas interacciones estructurales. Dicho de otro modo, buscan una imagen de la sociedad como estructura creada a partir de las interacciones de los individuos.


Dentro de esta corriente, más que escuela, destacan: Norbert Elias (1897-1992), Niklas Luckmann (1927-1998), Jürgen Habermas (1929- ), Pierre Bourdieu (1930-2002), o Anthony Giddens (1938- ).


El proyecto de Giddens hasta mediados de los 80 estaba encaminado a desarrollar una ontología de lo social, a la que denominaba “teoría de la estructuración”, adecuada para intentar dar cuenta del dilema clásico de la sociología entre una visión subjetivista y otra objetivista de los hechos sociales. Si las teorías subjetivistas (acción social de los sujetos) afirman la libertad de los actores y su capacidad para “hacer que las cosas sucedan”, las objetivistas (estructura objetiva de la sociedad) parten por el contrario del postulado de que a los agentes “las cosas les suceden”, dado que están sometidos a constricciones derivadas de las propiedades estructurales de la sociedad.


El conflicto que surge entre ambas posiciones es producto del supuesto de que o bien el individuo o bien la sociedad tienen la primacía. La alternativa, según Giddens, es la de resistirse a este dualismo dicotómico y comprender el significado profundo de lo que él denomina “la dualidad de la estructura”, es decir, que acción y estructura están íntimamente implicadas entre sí.


Aunque parezca inicialmente un trabalenguas, podríamos decir gráficamente que la idea de reflexividad que se encuentra implícita en esta coimplicación tiene que ver con una lógica circular en la que la estructura condiciona y posibilita la acción de los individuos y a su vez esta acción de individuos y grupos condiciona la reestructuración social que a su vez vuelve a influir en la acción de los agentes sociales.


VI. Algunos autores contemporáneos. La sociología clásica y moderna, que abarca más o menos hasta los años ochenta del siglo pasado, nació para estudiar un nuevo tipo de sociedad que surgió a lo largo del siglo XIX: la sociedad industrial de masas.


Los acontecimientos que tuvieron lugar en las cuatro últimas décadas del siglo pasado (mayo del 68, Vietnam, los movimientos pacifistas y antirracistas de Gandhi y Luther King, la proliferación de las filosofías posmodernas, la caída del muro de Berlín y el colapso de la URSS, Internet, los procesos de globalización, etc.) marcan un punto de inflexión en la historia de la sociología. Tomando el esquema que se suele aplicar a la filosofía, la sociología de las modernas sociedades industriales dio paso a la sociología de las nuevas sociedades posmodernas o postindustriales.


La seguridad laboral y económica que las clases obreras y medias de la segunda mitad del siglo XX tenían más o menos garantizadas, gracias fundamentalmente al progreso del modelo del Estado de bienestar, hace aguas a finales de siglo. Las viejas dialécticas clasiales o económicas se multiplican en dialécticas étnicas, raciales, sexuales, religiosas, políticas… Por no hablar de la nueva sociedad digital que surge cuando a partir del 2010 las redes sociales comienzan a formar parte del día a día de muchos jóvenes. Internet es un nuevo ágora para cuya explicación no sirven las categorías sociológicas de la tradición. Este es el momento en el que se constata la emergencia de una sociedad multicultural, líquida, fragmentada, como simulacro, aparente, digitalizada, etc. Es el momento de la hiperurbanización, la hiperpoblación, el hiperconsumo, la hiperrrealidad…


Los autores más destacados de esta nueva época de la historia de la sociología son: Daniel Bell (1919- ), Jean-François Lyotard (1924-1998), Zygmunt Bauman (1925- ), Michel Foucault (1927-1984), Jean Baudrillard (1929-2007), George Ritzer (1940- ), Manuel Castells (1942- ), Ulrich Beck (1944-2015), Michel Maffesoli (1944- ) y Gilles Lipovetsky (1944- ).


[1]En La división del trabajo social de 1893 defiende la condición de la división del trabajo como una de las principales estructuras de toda sociedad.

[2]Por ejemplo, llamaba la atención sobre el impacto social que tienen comentarios como «las clases sociales huelen mal». Por otro lado, ¿quién ha dejado de frecuentar ciertos barrios o locales por el olor que hay en ellos? Más evidente es a mi juicio la influencia de la visión, de lo que vemos cuando por ejemplo paseamos por una ciudad o un pueblo, a la hora de construir nuestra identidad y el tejido social mismo.

[3] De aquí deduce una concepción de la identidad individual: el individuo como «cruce de caminos».

[4]La escuela de Chicago, que surgirá en la ciudad estadounidense entre las décadas de los diez y los cuarenta, desarrollará una amplia línea de investigaciones sobre el hobo o homeless.

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