En esta entrada quiero centrarme en un hecho derivado de la toma de la capital afgana por el poder talibán que ocupa los titulares de todos los medios nacionales e internacionales, y que, a mi juicio, ha sido pasado por alto.
Como resumen del objeto de esta entrada: se pone el foco en los aspectos éticos de la toma de Kabul (no todavía de Afganistán, recordemos), pero se obvian, se anulan las implicaciones políticas y geopolíticas de tal acontecimiento, que sin duda constituirá uno de los hitos más importantes del nuevo milenio.
Encuentro cierta analogía con las denuncias que en nombre de la Humanidad dañada se hicieron contra los crímenes de ETA. Se denunciaba, en efecto, que los crímenes de la banda terrorista eran crímenes de lesa humanidad; sin embargo, el punto diferencial de la historia de ETA no es, por ejemplo, que asesinasen a niñas, sino que asesinaron a hijas de guardias civiles, o no es, tampoco, que asesinasen a civiles inocentes, sino que asesinaron (deliberadamente, esto es, de acuerdo con un programa revolucionario-secesionista) a españoles y españolas.
Mutatis mutandis (las analogías no dicen tanto identidad como diferencia en virtud de ciertos rasgos genéricos), los medios de todos los países centran la atención en la denigración sistemática a la que bajo el gobierno talibán serán sometidas las mujeres y niñas afganas, sin atender a las implicaciones políticas de la guerra librada. Implicaciones que el diplomático español Josep Borrell explicitó, aunque sin duda no reconocerá si se lo recuerdan, en la entrevista concedida hace unos días al presentador del Telediario de RTVE: el diálogo que toca entablar ahora no es el diálogo tolerante entre poderes democráticamente legitimados, sino el diálogo entre vencidos y vencedores. La paz, en consecuencia, no es la paz por el acuerdo, sino por la violencia, por la guerra.
Excuso decir que las implicaciones éticas, en este caso referidas a las mujeres y niñas afganas pero también a los colaboradores con los ejércitos de la OTAN, son importantes y merecen ser destacadas y analizadas. Sin embargo, encuentro en la suspensión del debate y discurso sobre las implicaciones políticas un acto deliberado dirigido, precisamente, a silenciar el duro golpe que la conquista talibana de Kabul y, quizás, de Afganistán tiene para la nematología democrático-fundamentalista, globalista y cosmopolita que impera en la política europea y estadounidense.
Se podría centrar la atención, por ejemplo, como desde luego se ha hecho aunque sólo oblicuamente, en la sustitución de la bandera afgana tricolor (signo formal del Estado-nación afgano) por la bandera talibana, esto es, por la bandera del Estado islámico que dicho poder impondrá en el territorio conquistado. Ésta es, a mi juicio, la causa política que determina las implicaciones éticas que se denuncian masivamente en los medios de comunicación. Volviendo al ejemplo del comienzo, no es que los talibanes sean unos monstruos inhumanos que atentan, en virtud, se dirá, de un sistema patriarcal omnipotente, contra las indefensas mujeres y las más indefensas niñas; lo que sucede es que el Estado que tratan de imponer, repito, el Estado islámico, fundado en las leyes de la sharía, impone por necesidad divina la sumisión de la mujer al hombre. Aun cuando el diagnóstico pueda ser semejante, que no, pienso, el mismo, las consecuencias que se extraen son completamente diferentes.
Por otro lado, el duro golpe que este hito asesta contra el cosmopolitismo dice relación, como he indicado, con el hecho de la necesidad de un diálogo ya no tolerante, democrático, sino entre vencedores y vencidos. Es la paz tras la guerra, es decir, la paz de los vencedores, la que se impone sobre todos los vencidos, en particular sobre los Estados Unidos. Habrá que ver, a propósito de este dato, cómo se recomponen las potencias internacionales tras la debacle acontecida, o dicho de otro modo, qué potencia se dispondrá antes que ninguna otra a prestar «soporte económico» al Afganistán talibán a cambio, por ejemplo, de un acceso privilegiado a sus recursos naturales. Lo que me parece claro en este punto es que toda otra forma de cooperación o ayuda, como la cooperación humanitaria brindada en éste y otros países por la OTAN, es a todas luces imposible, como imposible es el proyecto cosmopolita y globalizado mientras el supuesto Género Humano permanezca, como parece que permanecerá, des-compuesto en las «grandes unidades históricas» que distributiva y polémicamente componen lo componen (Gustavo Bueno, El mito de la izquierda, «Colofón»).
Comments