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La pregunta por el otro y la figura del exiliado.

Como hace algún tiempo que no publico nada en el blog, y mis obligaciones académicas impiden que pueda dedicar algunos minutos a escribir sobre actualidad política internacional, que a mi juicio es uno de los campos de análisis más interesantes para la Filosofía contemporánea, he decidido publicar paulatinamente las respuestas ofrecidas en el marco de la presentación de Millones de patrias que tuvo lugar el pasado día 15 de octubre en la Biblioteca de Castilla y León (Plaza de la Trinidad, Valladolid).

La pregunta que reproduzco en esta entrada está dirigida a la figura del exilio, más bien, a cómo, por qué o de qué forma la pregunta por el exilio está íntimamente relacionada con la pregunta por la patria y el patriotismo.

 

1. El tema del exilio es uno de los más interesantes para el análisis filosófico de la idea de Patria, del patriotismo, etc. Además, no sólo compete a la disciplina de la Filosofía política, sino también, y muy especialmente, a la de la Antropología filosófica. En efecto, la cuestión de la relación con el otro, inherente a la cuestión del exilio, es uno de los temas fundacionales de la Antropología filosófica en el siglo XX (a mi juicio, el proceso de emergencia de la Antropología filosófica como disciplina filosófica se realiza en dos momentos: un «momento sistático», el de la Filosofía kantiana y sus desarrollos a comienzos del siglo XIX, y un «momento sistemático», en la década de los treinta del siglo XX, donde destacan los considerados «padres de la Antropología filosófica»: Max Scheler, Martin Heidegger, Helmuth Plessner y Arnold Gehlen).


2. Me centraré en el interés filosófico del exilio, o de la figura del exiliado. Un modo de aproximación a esta figura es la confrontación con su contra-figura, el colono, el habitante de la metrópoli que se traslada a la colonia recién anexionada para hacer fortuna y formar una familia. El modo como cada uno de estos dos tipos ideales de individuos se sentirá en el lugar ajeno es completamente diferente, por supuesto, pero su comparación nos sirve para introducir el contexto en el que a mi juicio la cuestión del exilio comienza a adoptar una importancia filosófica: el proceso imperialista-colonialista de los siglos XIX y XX.


Este proceso de colonización imperialista, que por supuesto se puede retrotraer hasta el siglo XV, en el caso hispano, es uno de los factores lógico-materiales que determinan la aparición de la Antropología, y de la Sociología. No en vano, se decía que los misioneros jesuitas de la España del siglo XV, aquellos encargados de hacer el Derecho de las indias in media res, atendiendo a las experiencias dialógicas con los negros salvajes, fueron los primeros antropólogos o los primeros en redactar verdaderos manuales de Antropología.


¿Por qué el imperialismo colonial es la plataforma histórica desde la que se desarrolla la Antropología? Porque implica una relación con el otro en tanto que otro; implica, para la mejor resolución de esa relación con el otro, un conocimiento del otro. No hay otro modo de conocer al otro que a partir de nosotros mismos, dado un cierto estado de civilización.


La potencia imperial encuentra que en los territorios conquistados habitan unas gentes extrañas, a veces desnudas y otras con adornos extravagantes y mutilaciones corporales, gentes que hablan lenguas desconocidas y practican ritos inconmensurables respecto de las ceremonias institucionalizadas de la civilización de pertenencia. Es preciso un conocimiento profundo, cuanto menos, de su lengua y de sus tradiciones, para que el proceso de asentamiento y ulterior «socialización» surta el efecto esperado: colonizar, al modo como colonizaban los Imperios Romano o Hispano.


3. Partimos, en consecuencia, de la pregunta capital en todo proceso de extensión imperial, y según defiendo, la pregunta que marca el origen de la Antropología: ¿quiénes son estos «salvajes» o estos «bárbaros» cuya lengua no entendemos, cuyas costumbres nos pareces retrógradas, y cuyas instituciones son claramente inferiores a las nuestras? Hay que decir, a este respecto, que no resulta extraño que la Antropología naciese como ciencia autónoma en la Inglaterra del siglo XIX, potencia hegemónica tras la caída del Imperio napoleónico en la primera mitad de siglo y la progresiva decadencia del Imperio español a lo largo del mismo.


Esta pregunta, que va dirigida al otro en tanto que extraño, es la fuente para un sentimiento supremacista cuando no se acompaña de la pregunta, por otro lado correlativa a la primera, sobre el yo o el nosotros.


4. Ahí está, a mi juicio, la diferencia entre el exiliado y el colono, y está ahí también la importancia filosófica o antropológico-filosófica de la figura del exiliado.


El exiliado se ve en la necesidad de salir con lo puesto de su patria (hacia la cual, en ese momento exacto de su exilio, podía o no profesar cierto sentimiento de pertenencia, eso es igual para este caso) y de hacer su vida en un lugar extraño, a veces incluso hostil.


Ve a los otros como efectivamente extraños, pero su pregunta por quiénes son esos otros extraños no se mantiene en la unidireccionalidad del supremacista, dado que el supremacista entiende que esos otros, sean quienes sean, serán siempre inferiores a uno mismo, al nosotros que se entiende como un nosotros civilizado y por lo tanto legitimado para la conquista de los otros bárbaros.


Pero el exiliado, que no guarda para sí ningún sentimiento de superioridad, encuentra en el contacto con el otro la vía para la pregunta por el yo. Ya no es, ¿quiénes son esos otros?, sino, ¿quién soy yo? Reconozco, diría el exiliado, que estas gentes con las que convivo no son igual que yo, por mucho que nos esforcemos en entendernos. Sí, bueno, yo he aprendido a hablar inglés y ellos de defienden en este idioma, pero reconocemos rápidamente que al comer tenemos gustos diferentes, que nos reímos de forma distinta, que nos comportamos de forma distinta, que tenemos creencias distintas, etc., etc.


Es entonces cuando el exiliado, que, repito, antes no necesariamente tenía por qué ser un patriota, se reconoce en lo extraño en tanto que extraño. Es decir, reconoce lo propio como la ausencia en lo extraño. Ahí es donde nace el sentimiento de patria, o al menos una de las modalidades que este sentimiento puede adoptar. Por supuesto, tal sentimiento no agota el patriotismo, aunque ayuda a perpetuarlo.


El exilio, en relación a la patria, es la existencia en lo otro, lo ajeno. O dicho en términos negativos, la existencia en lo que no es lo propio. Cuando me pongo ante el otro, o mejor, ante los otros, y reconozco que soy distinto de ellos, pero además, extraño para ellos; cuando no sé quién soy ni qué hago en mi nuevo destino, surge la pregunta por mi sitio: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿cuál es mi sitio?


Por supuesto, que la pregunta por lo propio desde lo extraño, como hueco que deja lo propio cuando se ha ido, invite a una reflexión sobre la pertenencia a una patria no quiere decir que la experiencia del exilio configure un sentimiento patriótico. Es, en términos filosóficos, la condición de posibilidad para que ese sentimiento surja. Excuso decir, por otro lado, que el patriotismo no es exclusiva ni principalmente sentimiento, sino trabajo, compromiso, esfuerzo.

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