En esta entrada se realiza una exposición crítica de uno de los desarrollos de la teoría sobre la “trampa de la innovación” que se definió y concretó en referencia a las competencias docentes en la entrada publicada el 14 de noviembre de 2020.
En la anterior entrada sobre la “trampa de la innovación” se definió a ésta como imposición, realizada por vías docentes (equipos docentes, grupos de investigación, etc.), legislativas e institucionales, de las “funciones de innovación” docente sobre todas las demás, y en particular sobre las “funciones cognitivas” (relativas a los contenidos propios de cada materia). En esta ocasión profundizaremos en las consecuencias que dicho proceso (al mismo tiempo nematológico o ideológico y tecnológico o institucional) tiene en la asignatura de Historia de la Filosofía de 2º de Bachillerato, y, por extensión, en las “materias filosóficas” o relativas al gremio de los profesores de Filosofía en Secundaria.
Partiendo de una dicotomía completamente abstracta y que no atiende a la realidad efectiva de los contextos y procesos de enseñanza-aprendizaje que se ejecutan inmersos en diferentes entidades educativas (no se enseñará, educará o aprenderá igual en un instituto privado que en uno público, por supuesto, pero tampoco en un instituto privado noruego que en uno español, o en un instituto público argentino que en uno holandés, aun cuando para su comparación los circunscribamos a una misma época histórica), a saber, la dicotomía entre un “paradigma de instrucción” y un “paradigma de aprendizaje”, o entre una “educación pasiva” y una “educación activa”, se clasifican valorativamente (es decir, según jerarquías de valor del tipo “buenos” y “malos”) los diferentes métodos de e/a. Según esta dicotomía existen ciertas metodologías, como la lección magistral, que en la medida en que son los ejes vertebradores del paradigma clásico de enseñanza han de ser depuradas, cuando no expulsadas de las aulas, por el bien de los alumnos y de la Educación. Porque innovar, hoy en día, en el momento de pleno desarrollo de la “educación activa”, la “educación participativa”, la “educación sentimental”, etc., consiste precisamente en eso: en hacer borrado de las tácticas y los métodos clásicos de la enseñanza para sustituirlos por otros nuevos y más ajustados a la realidad del tiempo, a saber, la realidad de la educación global, inclusiva, diversa y “por competencias”.
Y cuando se mantienen métodos como el de la lección magistral no es sin previa transformación de su dinámica y reducción de su tiempo de duración (según el principio de la economía aplicado a la enseñanza: enseñar lo que los alumnos pueden aprender). Como el lector puede imaginar, esta situación es especialmente digna de estudio para el caso de la enseñanza de la Filosofía, la mayor parte de la cual ha de realizarse (casi por necesidad) según lecciones magistrales: un profesor “especializado” que presenta conocimientos y un alumnado “pasivo” que los recibe, administra y aprende. Es cierto que hay muchas más tácticas y estrategias para la enseñanza de la Filosofía, como el método dialógico o el empleo de recursos como el cine o las series, pero ninguna tendrá el efecto deseado si no está precedida de o no sigue a una lección magistral en la que se expongan sistemáticamente los conceptos que en ellas se han planteado.
Ahí, en el “sistemáticamente”, es donde reside la clave del asunto: la Filosofía es un pensamiento sistemático, y no es posible enseñarla (menos aún hacerla, practicarla), si no se sigue un orden, un esquema y una disciplina que, en el contexto de la Educación Secundaria, sólo métodos considerados como “pasivos” pueden incorporar. Se puede dedicar toda una sesión a un debate sobre conceptos como el de “libertad”, “universo” o “razón”, pero sin unos minutos finales de “lección magistral” este ejercicio quedará en una simple conversación entre amigos (sin perjuicio de la autoridad que el profesor representa respecto de los alumnos).
Según esto, el peligro de la trampa de la innovación para la Filosofía es el peligro del acabamiento de la práctica estrictamente filosófica, a saber, la lectura y el comentario de textos, por una serie de “metodologías de pensamiento filosófico” que reducen el filosofar al desarrollo de la libre imaginación y al fomento de las competencias sociales y cívicas. Para hacer frente a tal peligro pienso que no hay nada más innovador, siempre y cuando entendamos la innovación como una mejora del objeto sobre el que se aplica (la Filosofía), que “volver a los textos” (zu den Bücher selbst!). Volver a los textos significa mantener una estrategia didáctica, la de la lección magistral, que auxiliada por otros recursos como la dialógica o la dialéctica (los cuales, por cierto, nacen de la práctica filosófica) y siempre guiada por la lectura de textos ha resultado, resulta y resultará provechosa para los objetivos de enseñanza de la Filosofía; lo cual no quiere decir que también lo sea para los objetivos de la Educación.
Para terminar quiero presentar dos aspectos de la “trampa de la innovación filosófica” que me parecen dignos de análisis, aunque éste exceda las posibilidades de la presente entrada.
En primer lugar, el “adanismo” con el que los profesores, educadores y pedagogos que llaman al gremio de profesores de Filosofía a innovar imponen sus condiciones. Como si la innovación fuese cosa reciente (“paradigma de aprendizaje”), y como si en la larga tradición de las escuelas filosóficas no se hubiesen planteado nuevas formas de hacerlo. La próxima entrada que publique consistirá en la propuesta de recuperación de uno de los métodos de enseñanza-aprendizaje de la Filosofía más innovador (a mi juicio) y al mismo tiempo más “clásico”: la enseñanza escolástica.
En segundo lugar, el tipo de Filosofía que se esconde tras estos proyectos de innovación docente en y desde la propia Filosofía, la que denomino "Filosofía pop”. La “Filosofía pop”, o mejor, la tendencia pop de la Filosofía, toma como evidentes ciertos postulados que, a mi juicio y después de un riguroso examen de la naturaleza y el desarrollo de la disciplina filosófica, son completamente falsos.
Se dice, por ejemplo, que sacar a la Filosofía de las aulas es innovar. Es algo novedoso, se supone. Sin entrar en la cuestión de la implantación política de la Filosofía, es importante señalar frente a esta suposición que la Filosofía ya está fuera de las aulas. Diría, más aún, que la Filosofía se practica siempre fuera de las aulas (de Institutos y Universidades), de acuerdo con la distinción de Bueno entre una “Filosofía mundana” o espontánea y una “Filosofía académica” (que continua la distinción kantiana entre la “Filosofía cósmica” y la “Filosofía escolástica”, scholasticus). Igual que Kant afirmaba que la “razón mundana” es la verdadera “razón legisladora”, Bueno decía que la “Filosofía académica” tiene unas “fuentes mundanas”. Según esto, la afirmación de que hay que sacar la Filosofía de las aulas tiene tan poco carácter innovador como la de que hay que escribir a mano (aunque esto último, según las tesis que se defienden aquí, también resultaría innovador, de mejora). Con esto no digo que no sean adecuadas ciertas actividades extraescolares como visitas a museos o a Facultades de Filosofía; lo que resalto es la poca relevancia que tienen para la enseñanza efectiva de la Filosofía.
Por poner otro ejemplo de supuesto falaz de la “Filosofía pop”, resulta curiosa la recurrencia a la figura de Sócrates como modelo de filósofo, seguramente por el carácter dialógico y “mundano” de su práctica filosófica, cuando: de un lado, si hemos de tomar a algún filósofo como modelo de referencia no es a Sócrates, sino a Platón, quien sistematizó doctrinalmente el modelo mayéutico del maestro, y desde él fundó la Academia. Y del otro, y relacionando esto último con el adelanto de entrada de dos párrafos más arriba, parece como si nadie más que Sócrates hubiese innovado en la práctica filosófica, como si, por ejemplo, las “disputaciones” escolásticas no supusieran en su tiempo (y en el global de la Historia de la Filosofía) una innovación metodológica y didáctica de primer orden. Este será el punto de partida de la próxima entrada.
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