Con motivo de los debates suscitados por la Ley Celaá se ha vuelto a poner sobre la mesa la cuestión de la importancia, de la necesidad o de la función (depende de quién inicie el discurso se optará por una u otra opción) que cumple la Filosofía en la Educación Secundaria.
Los hay, en este contexto, que defienden la implantación pedagógica de la Filosofía apelando a argumentos metafísicos tales como: "La Filosofía es la madre de todas las ciencias, y tiene que estar a la base del aprendizaje de cualquier tipo de saber científico", "La Filosofía es la condición de posibilidad para una ciudadanía democrática", "La Filosofía nos acerca a la Verdad y al Bien", etc., etc. Los defensores-idealistas de la Filosofía yerran, a mi juicio, en su defensa de la Filosofía, porque parten de una idea sustancialista y descontextualizada de la misma que, no ajustándose a la realidad política del hacer filosófico, pervierte su realidad y confunde las cosas. Filosofía se dice de muchas formas, y según desde dónde lo digamos podemos aceptar, o no, algunas de las tesis expuestas. Quien diga, por ejemplo, que la Filosofía es condición para la democracia, o para una democracia sana, podrá decirlo con algún criterio si se sitúa en una perspectiva kantiana, pero en absoluto podrá tomarse ese argumento como válido si se enuncia desde el platonismo o el aristotelismo, doctrinas filosóficas cuya teoría política se erige precisamente como crítica a la democracia de su tiempo, la de Pericles.
Quiero advertir en este punto sobre la peligrosidad de emplear cualquier tipo de argumento para la defensa de la Filosofía o de su implantación política. En las manifestaciones en favor de su implantación pedagógica, o en contra de ciertas leyes educativas que restan horas lectivas al conjunto de las asignaturas "filosóficas", se pueden oír argumentos de todo tipo; en particular, hay algunos tan estúpidos que no puedo más que citarlos, para que el lector piense si realmente tienen algún sentido en la discusión que nos convoca: "Menos política y más Filosofía". A lo mejor algún lector puede explicarme qué se quiere decir con este argumento, porque yo no le veo sentido alguno a decir que "más filosofía" y "menos policía" son hechos contradictorios, de tal modo que la inclusión de uno implica la exclusión o negación del otro. No por el hecho de haber "más filosofía" (¿cómo y cuál?) habrá menos policía, ni tampoco con más policía se reduce la posibilidad de "más filosofía".
Por otro lado nos encontramos con los críticos de la Filosofía, tanto o más idealistas que aquéllos, que piensan que la Filosofía no sirve absolutamente para nada y que, en consecuencia, hay que sacar al gremio de profesores de Filosofía de los Institutos de Educación Secundaria. De nuevo, se produce una desconexión lisológica de la Idea de Filosofía de su contexto morfológico, material, histórico o político, dentro del cual (y sólo dentro del cual) adquiere un sentido concreto que pueda tomarse como objeto de una argumentación a favor o en contra de su importancia en la Secundaria. Son argumentos construidos a la contra, y como tales, carentes de sentido.
Frente a estas dos opciones, que son casos límite del debate que presento, yo opto por una perspectiva materialista, según la cual la Filosofía ya está implantada políticamente, y lo que necesitamos es que en los Institutos de Secundaria los profesores de Filosofía asuman: primero, esa implantación política de la Filosofía, segundo, el carácter subsidiario del saber filosófico respecto de otros saberes previos, y tercero, el carácter crítico que asume el saber filosófico.
Según estos postulados, que presento un poco a vuela pluma para facilitar la lectura, considero que la función principal de la Filosofía en la Secundaria es enseñar a los alumnos a pensar críticamente, es decir, apagógicamente, teniendo en cuenta las posibilidades en disputa en relación a una cuestión particular (por ejemplo, la felicidad). Pero para una crítica certera, dialéctica, es necesario un amplio conocimiento de los contextos históricos de discusión de la cuestión que nos ocupe, y una clasificación de los planteamientos en juego. La Filosofía en cuanto crítica es una crítica dialéctica, una crítica argumentada y construida desde conocimientos previos. Por eso cifro como determinante que la enseñanza de la Filosofía desborde la Historia de la Filosofía hacia la Historia, la Política, la Sociología o la Historia de las Ciencias.
Por otro lado, y en relación a nuestro presente, la Filosofía habría de enseñarse inmersa en el contexto actual; es decir, no como si la Historia de la Filosofía fuese un "cementerio de elefantes", un muestrario de cadáveres con los que, quienes tienen mucho tiempo libre, dialogan de tanto en cuanto. Lo que se precisa para una comprensión profunda de la Historia de la Filosofía es que los alumnos reconozcan el modo como las Ideas filosóficas están siendo ejercitadas, y a veces representadas, en los discursos (políticos, técnicos, científicos y religiosos) del presente. En este sentido, la función de la Filosofía en la Secundaria consiste en la trituración de los discursos de los fundamentalismos políticos, religiosos y científicos.
En esa trituración, o en esa revisión crítica de las Ideas que "flotan" en los discursos de nuestro presente en marcha desde la Historia de la Filosofía, los alumnos reconocerán en la Filosofía una actividad inmersa en el presente, fundamental para la comprensión del presente, y no como un hobby que sólo quienes viven en la parra o quienes no tienen otra cosa mejor que hacer practican.
La Filosofía está ya políticamente implantada; sólo es necesario informar sobre esa implantación, y actuar en consecuencia. Se puede informar sobre esa implantación, por ejemplo, demostrando el origen morfológico de las Ideas filosóficas, y su proceso de desarrollo desde las técnicas, pasando por los conceptos categoriales de las diversas ciencias.
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