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Eduardo Gutiérrez

Propuesta de crítica a la (falsa) dialéctica libertad-determinación.

En esta entrada realizo una crítica a la posición libertaria o libérrima de los popularmente conocidos como «anti-vacunas». La tesis es que la libertad que reclaman como pretexto para no vacunarse no es autonomía, libertad en la toma de decisiones, sino una forma de heteronomía que la comprensión maniquea que gobierna el pensar público (al modo del «pensamiento único» de Schopenhauer o del «pensamiento unidimensional» de Marcuse) oculta, ignora o rechaza.

 

A modo de introducción, en el pensamiento filosófico moral se distingue, sobre todo tomando como referencia la teoría kantiana, autonomía de heteronomía. Un individuo o una voluntad autónoma es aquella capaz de tomar decisiones desde sí y por sí mismo, sin interferencias externas, sin coacciones, atendiendo a no más que a su propia razón. Autonomía es libertad lo mismo que obligación auto-impuesta. Obediencia formal a la ley de la razón, que ésta tiene deseo de darse para sí misma. Por el contrario, el individuo heterónomo o la voluntad heterónoma es aquella cuyas acciones, decisiones y creencias no han sido determinadas internamente, desde sí misma, sino en virtud de ciertas interferencias o coacciones externas.


Es autónomo, a juicio de Kant, quien se da para sí mismo la norma de no usar a los otros como medios sino también y fundamentalmente como fines en sí mismos. Es autónomo, en pocas palabras, quien decide obrar bien porque comprende que es bueno en sí mismo. Digamos, en los términos de las Éticas aplicadas, que la autonomía moral consiste en la observancia de los fines intrínsecos. Y es heterónomo quien actúa motivado por fines o intereses condicionados por objetos o sujetos externos a sí mismo; es heterónomo, por ejemplo, quien busca el placer y se mueve (decide, piensa, cree, actúa) con arreglo a los objetos que satisfacen su placer, o lo que es peor, a los sujetos que dominan esos objetos (y por lo tanto le dominan, aunque indirectamente, a él mismo). Su moral se construye desde los fines extrínsecos, tales como, por ejemplo, la riqueza, el honor, el placer…


Los términos autonomía y heteronomía, desde una perspectiva moral, suelen entenderse como dicotómicos. Esto es a lo que denominaremos en esta entrada «pensamiento maniqueo». O se es autónomo, o se es heterónomo. En los términos de la sabiduría moral mundana, o se es libre o se es esclavo. No hay término medio.


El objetivo de esta entrada es someter a crítica esta dicotomía maniquea, incapaz de reconocer el sentido falaz de tal idea de libertad (no interferencia, autonomía, libre determinación de la acción y la conducta, etc.), a través de una crítica a la falsa reclamación de libertad de los «anti-vacunas».


Es necesario aclarar antes de nada que cuando referimos a los «anti-vacuna», en el contexto de esta reflexión, nos referimos a un grupúsculo muy concreto de estos individuos, no a todos ellos. Por supuesto, grupos e individuos «anti-vacunas» hay muchos y con muy diversos motivos, argumentos y objetivos políticos. Los hay, por ejemplo, que conectan el movimiento «anti-vacunas» con la lucha contra la supuesta conspiración judeo-masónica, otros que aprovechan el foco de infección chino para cargar contra los supuestos enemigos comunistas, el movimiento nacionalista pro-Trump de los QAnon…


No es de estos grupúsculos de los que deseo hablar en esta ocasión. La causa real de la posición anti-vacuna que éstos manifiestan habría de estudiarse, a mi juicio, desde los parámetros de la teoría de la «sociedad del espectáculo» planteada por Guy Debord en los años sesenta (La société du spectacle), o de los estudios sobre la psicología de las masas de Le Bon, Simmel, Freud…


De quienes hablo es de los anti-vacunas que, en el caso concreto de España, se consideran, etic, en efecto, como anti-vacunas, cuando, y eso es lo que pretendo demostrar aquí, no son sino, emic, anti-coacciones. No es tanto que se nieguen a la administración de tratamientos médicos y clínicos para la erradicación de ciertas pandemias, enfermedades o patologías, sino que se niegan a que alguien, unos supuestos «poderes fácticos», les digan lo que deben o no deben hacer.


Si el razonamiento es cierto, la razón por la cual muchos individuos deciden no vacunarse no es otra que porque alguien, unos colectivos o unas instituciones, les instan u obligan a ello. Sus motivos son políticos, no morales. Motivos morales (es decir, religiosos y/o sociológicos) son los que llevan a una pareja de testigos de Jehová a renunciar a la necesaria transfusión de sangre que necesita su hijo. Pero los motivos de estos anti-vacunas son políticos en la medida en que, en caso de que el Estado o las Autonomías no obligasen a la vacunación, posiblemente lo harían sin demora.


El mismo que dice que no se quiere vacunar contra el COVID porque nadie tiene que decirle lo que debe hacer se vacunará contra la malaria si se convierte en un requisito indispensable para, por ejemplo, realizar un safari por el África. Por lo tanto, el motivo no es que estos individuos piensen que las vacunas son malas para sus cuerpos, sino que no quiere que nadie le obligue a hacer lo que no quiere hacer (que, según decimos, quizá querría hacer en otras circunstancias). Buscan la no intervención sobre su voluntad, no sobre sus cuerpos.


Dos cosas al respecto de esta actuación apagógica. Primero, la libertad de quien dice que no se vacuna porque no quiere, porque nadie tiene que decirle qué debe hacer, es una libertad fundada en lo que el existencialista Jean-Paul Sartre definió como «mala fe»; una libertad individualista, sin responsabilidad ni compromiso social.


El individuo que no se vacuna porque no quiere se considerará libre y autónomo porque, efectivamente, actúa por sí mismo y no según lo que otros le dicen que debe hacer. Autonomía se entiende aquí como contrario de «heteronomía», según el planteamiento kantiano. El razonamiento que sigue es como sigue: si no obedezco a quienes me dicen qué debo o no debo hacer, todo cuanto haga será fruto de mi libre voluntad, seré, en consecuencia, una persona autónoma.


Este pensamiento dicotómico, maniqueo, que solamente comprende dos modelos de acción porque la introducción de un tercero supondrá la introducción de un pluralismo inaceptable para una «mentalidad unidimensional» (a juicio de Gustavo Bueno, para romper los dualismos estériles que comprenden, por citar un ejemplo, el «espacio antropológico» como conformado por el eje cultural y el eje natural, de modo que cuanto no es cultura es naturaleza y viceversa, es preciso introducir un tercer eje. Así, su «espacio antropológico» está configurado por tres ejes entre los cuales se producen continuidades y discontinuidades que obligan a un pensamiento muy más profundo, complejo, y sobre todo crítico: eje circular, eje radial, eje angular), pone de un lado la libertad o la autonomía y del otro, como contrapunto, como opuesto necesario, la esclavitud o la determinación.


Decir a colación de lo último que desde una posición materialista como la que en este blog se ejercita y representa es falaz, doctrinal, ideológico, comprender como antitéticos libertad y determinación. Es preciso recuperar, revalorizar y difundir la idea espinosista de la libertad como «conciencia de la necesidad» o «conciencia de la determinación». Del mismo modo como la libertad no se puede realizar allende de la causalidad, porque la libertad humana se juega en el ámbito de los planes y programas prolépticos en una red de interacciones sociales institucionalmente roturadas, la libertad no puede entenderse, a menos que demos por supuesta la existencia de «espíritus libres», en ausencia de determinación. La libertad tiene que ver, no con subjetividades numénicas, divinas o antropológicas, sino con cuerpos que operan sobre otros cuerpos a través de ciertas técnicas, de ciertas estrategias y de ciertas instituciones.


Me recuerda mucho este falso dilema entre la libertad y la necesidad o determinación al posicionamiento que surgió entre las izquierdas europeas, sobre todo las españolas, durante el último proceso electoral a la presidencia de Estados Unidos. Se entendía que, dado que Trump era el malo (introducción teológica-teogonal del Bien y el Mal en la Historia), Biden debía ser el bueno. Si hay malos, debe haber buenos. Y también al contrario.


Desde la perspectiva que planteo, la autonomía que defiende el anti-vacunas del ejemplo no es real, como no lo es tampoco su libertad. A este individuo podemos preguntarle: en caso de que nadie te obligase a vacunarte, ¿lo harías? O dicho de otro modo: ¿tu querer o tu voluntad cambiaría en caso de que no te estuviesen obligado? De responder afirmativamente, estaría reconociendo que su decisión no es libre ni autónoma, sino que está motivada (negativamente) por la obligación política. Su querer no puede ser autónomo porque no es incondicional, porque está motivado, condicionado por otros poderes con los que establece una relación polémica.


Podemos distinguir, según lo dicho, dos formas de heteronomía: la heteronomía positiva, directa, que consiste en el condicionamiento del sujeto por ciertos objetos o por los sujetos que dominan estos sujetos (A elije x siguiendo el mandato de «hacer x» de B), y la heteronomía negativa, indirecta, que implica una determinación de signo negativo (A elije x porque B obliga a «hacer y», siendo x e y las dos opciones en disputa). En el segundo caso, x ejerce sobre A la misma determinación que antes ejercía B, como factor determinante para la toma de decisión de A, y por tanto, según decimos, como factor de condicionamiento.


Lo mismo sería que A elija vacunarse porque B lo impone que el hecho de que elija no vacunarse porque B impone vacunarse. En el momento en que la toma de decisiones se realiza según condicionamientos externos, no cabe hablar en absoluto de autonomía.

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