En esta entrada ofrezco una reflexión sobre la convocatoria de elecciones anticipadas en la Comunidad de Madrid, y en particular, sobre los argumentos esgrimidos a este respecto por Díaz Ayuso.
Ayer día 10 de marzo de 2021 la presidenta de la Comunidad de Madrid convocó elecciones anticipadas anticipándose, valga la redundancia, a las supuestas mociones de censura preparadas por PSOE y Más Madrid (ninguno de los dos grupos cuenta con los apoyos necesarios para sacarlas adelante), y como consecuencia de la moción de censura presentada por PSOE y Ciudadanos en Murcia, y en CyL por PSOE, para cuyo éxito requiere del apoyo de al menos cuatro parlamentarios de Ciudadanos; sin embargo, Arrimadas no parece por la labor de sostener este cambio de Gobierno.
Excuso desarrollar los intereses reales que se esconden tras las estrategias de los tres partidos en pugna; el intento de Ciudadanos por restaurar su posición "de bisagra" entre PP y PSOE tras el viraje a la extrema derecha de Rivera, las bocanadas de un PSOE que precisa de recuperar el poder de las autonomías para blindar el poder central en el supuesto de un proyecto federalista, y la huida hacia adelante de un PP abocado al descalabro.
A este último respecto quisiera mostrar la analogía existente entre la estrategia de Ayuso y la movilización de las autoridades políticas ante ciberataques como el de "Wiki-leaks": con el propósito de evitar que la ciudadanía se pregunte por la veracidad del contenido de la información des-ocultada, se pone en marcha una campaña de desprestigio hacia los que se señalan como culpables. En vez de preguntarse por qué se han filtrado ciertos contenidos, se invita a la población a condenar a los responsables como anti-demócratas. Sirva como ejemplo el escándalo de la filtración de los correos personales de Hillary Clinton, y la nube de humo que la acusación contra Assange constituyó a efecto de deslegitimar el contenido de los mismos. En el caso que nos ocupa, podemos hablar de la "estrategia del folclorismo"; es decir, de cómo Ayuso se convierte en víctima de un complot para ocultar las políticas autonómicas que han llevado a la situación en la que actualmente se encuentra la Comunidad de Madrid. Dicho de otro modo, acusando a los líderes autonómicos del PSOE y de Ciudadanos de falta de ética y de traición política oculta su nefasta gestión política de la pandemia, la cual, repito, es la causa fundamental por la que se produce la actual situación (sin perjuicio, repito también, de los intereses particulares de cada partido).
Sin embargo, no me interesa tratar este asunto. El objetivo de esta entrada es la crítica a las soluciones dicotómicas y falaces que desde el fundamentalismo democrático, en este caso representado en la figura de Ayuso, se ofrecen para lograr la movilización del electorado (un electorado, por otro lado, hastiado y aburrido de la hermética lucha de los partidos políticos por el poder).
Ayuso, según habría asegurado a Casado, va a por la mayoría absoluta. Y para lograrlo lanza un mensaje a la población que, a mi juicio, suena demasiado a aquel rancio "o nosotros o el caos" tan del siglo XX: "que elijan entre socialismo o libertad". No puedo por menos que denunciar la incoherencia, la demagogia, la insensatez y la metafísica de proposiciones de este tipo que, como digo, machaconamente se lanzan desde las plataformas de poder efectivo del fundamentalismo democrático de la España de nuestro presente en marcha (desde 1978).
No nos equivoquemos. Estos mensajes no son producto exclusivo de la derecha, ni tampoco de la izquierda; son productos del fundamentalismo democrático, del discurso pericleano de la democracia como el mejor de los gobiernos posibles que construye una idea abstracta y vacía de "democracia" que sirve por igual para la defensa de cualquier tipo de plan o programa político. Huelga decir que el eje izquierda-derecha carece completamente de sentido en el contexto de la democracia actual. Formulado así quizá sea más reconocible: "nosotros somos el gobierno elegido por el pueblo, por lo que tenemos la autoridad democrática; quien está contra nosotros está contra la democracia; el partido en la oposición está contra nosotros, luego está contra la democracia". Este argumento, formado por una premisa mayor, una premisa menor y una conclusión, es un claro ejemplo de "falacia democrática" en la que se apela a la voluntad popular como fuente de legitimación de panes y programas políticos. Una voluntad popular espuria, imposible de definir con la solvencia con la que este argumentario pretende hacerlo. Al fin y al cabo, se trata de excluir incluyendo: "quien no está conmigo no está con la democracia".
Ayuso no hace sino apelar oblicuamente al fundamentalismo democrático cuando enuncia la falsa dicotomía entre el socialismo, que ni está ni se le espera, y una libertad que así formulada, sin parámetros ni instancias de determinación lógico-material, no significa absolutamente nada. ¿Qué socialismo?, ¿qué libertad? Si reinterpretamos esta tesis desde el discurso del fundamentalismo democrático diremos que el socialismo refiere a las viejas estructuras de poder pre-democráticas o anti-democráticas cuya desaparición allanó el terreno para la constitución de las "democracias homologadas" o "democracias realmente existentes" (las constituidas tras la caída del muro de Berlín), y la libertad refiere a la única libertad posible dentro de un sistema democrático, la única libertad real, digo, que es la libertad económica: el ciudadano es libre en tanto en cuanto consumidor; libre para elegir entre una gama más o menos amplia de productos de consumo. Los partidos se erigen entonces como mercaderes que ofrecen una serie de "packs de supermercado" cuya única identidad es la identidad impuesta a posteriori por el propio partido (díganme ustedes, si no, qué relación existe entre la defensa de los derechos de los palestinos, el sí a la eutanasia y al aborto, la condena al gobierno venezolano, la proclamación de los derechos de los pueblos y el parapeto tras los planes económicos de la Unión Europea).
En definitiva, "socialismo o libertad" es una dicotomía estúpida, irreal, exenta de parámetros objetivos y que sólo sirve para movilizar las bases formadas por una multitud de débiles mentales incapaces de reconocer un fundamentalismo metafísico, es decir, retórica doctrinal sin contenido, cuando lo tienen frente a sus narices. Débiles mentales que en caso de verse agredidos por mensajes como el que ahora lanzo se escudan en la única razón posible de los que no tienen razones: la razón directa, es decir, la violencia, sea verbal, física o social (desprecio, apartamiento, exclusión): "tú no eres de los nuestros". Ni falta que me hace.
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